viernes, 2 de julio de 2010

El Narigón Pereira

Estaba El narigón Pereira terminando su última escultura cuando sonó el timbre de su taller. No podía darse vuelta porque la obra precisaba demasiada atención. ¿Puede alguien hacerse el zonzo frente a un llamado tan inmediato como el timbre, y solo por amor al arte? Claro que si, vean sino como a El narigón Pereira ni se le mueve un pelo por el asunto del timbre. Es muchísimo más importante terminar aquella obra de arte que viene acaparando su espíritu hace varias horas. Primero vino el boceto, luego el boceto a la basura para dar lugar a un boceto que comenzaba la serie de bocetos que daría el número exacto de 17. Una vez llegado al boceto cuya integridad satisfizo al artista, éste pudo proceder al siguiente paso: La preparación de un mate para disfrutar del momento y comenzar la preparación de los materiales. Actividad que realiza a diario, pero que por alguna razón El narigón Pereira intuía ésta vez tenía cierto encanto diferente. No se sabe bien porque, tal vez el saber que iba a sonar el timbre a determinada hora para cortarle la inspiración (ya sea por recibir una carta, a su novia, o a un galerista, es lo mismo a los términos de la historia a la que estamos atendiendo) lo pervertía en cierto modo en una especie de rara carrera contra el tiempo. O incluso la temperatura del taller sumado al olor del café, quien sabe que hace que un artista se sienta a gusto. De todos modos la obra había nacido ya en el, una parte estaba puesta en materia y otra en su proyección mental de esa obra. Toma el bloque de mármol, lo observa, se mira en el espejo a si mismo para reconocerse previo a comenzar a golpear. Redondo, Curvo, exacto, todo poco a poco comienza a tomar las inesperadas pero necesarias desviaciones de la idea. Suenan los Beatles, el Álbum Blanco lado 1 tres veces seguidas (los pone en repeat porque a veces se concentra tanto que ni escucha algunos temas que le gustan y presupone que si lo tiene en repeat, en algún momento lo escuchara con atención). Luego de cambiar al lado 2 y escucharlo 13 veces, la obra comienza a tomar mucha precisión. Bastante parecido a… a el mismo incluso. El Narigón Pereira mira a un Narigón de mármol al cual siente que le falta algo. ¿Sera el asunto de las cejas, los pelos de la nariz, el fondo? Narigón pensando en un narigón. (Quisiera aclarar que el Narigón no quería hacerse a si mismo, solo quería hacer un narigón. Pasa que los imbéciles que en vez de hacer arte criticamos el arte, no podemos ver más allá de nuestras propias narices y si vemos un narigón esculpido por otro narigón pensamos que es un autorretrato). Cuestión que El Narigón Pereira no podía encontrar la perfección de su obra y se estaba comenzando a impacientar. En ese momento exacto toco yo el timbre lo mas pancho, y claro, yo que sabía. Espero un rato, toco de vuelta, de vuelta, de vuelta, mil veces. Para la música y el sonido del otro lado de la puerta es más o menos así: “Tumpluuuuuuuuuccc Pucrrpuccrr pucrr”. (El primero es la caída del mármol, y el segundo y tercero responden al mismo rodando por el piso hasta detenerse)

- ¿Narigón estas bien?
- Uy la puta que te pario.
- Narigon, abri boludo.
- La concha tuya pelotudo pará.

El Narigón Pereira abre la puerta. Toda la nariz rota y ensangrentada. En el piso un autorretrato suyo, igualito mira, si hasta tiene la nariz rota y todo.

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