jueves, 27 de mayo de 2010

Dimensiones

Justo 23 segundos antes que el camperón de cuero de Aníbal cayera sobre el sillón. Aníbal había comenzado a pensar que tal vez le gustaría llegar a su casa tranquilo, abrir la puerta con su habitual manojo de llaves y en el orden habitual, para tranquilamente poder dejar su camperón sobre el sillón. 25 segundos antes de que el camperón de cuero de Aníbal se deslizara suavemente sobre el apoyabrazos del sillón reclinable de la casa de un tal Aníbal, otro tal Aníbal estaba a punto de empezar a pensar que si su propio relajo mental se lo permitía, le gustaría tranquilamente abrir la puerta y dejar su camperón de cuero en el sillón. Un Aníbal que hubo una vez, o que hay otra vez, o que quisiera haber habido alguna puta vez, está cansado de pensar en que dentro de 27 segundos siempre un tal Aníbal quiere dejar su camperón sobre el sillón de mierda que está detrás de la puta puerta con llaves. Cierto pobre Aníbal, desearía con todo su potencialidad llegar a una casa, cualquier casa que su imaginario manojo de llaves pudiera abrir mediante el moralmente correcto uso de las mismas sobre la cerradura de la puerta, y con una tranquilidad que desahoga dejar con placer un camperón en el sillón, justito 38 segundos antes que otro Aníbal que hubiera querido ser ese Aníbal, piense algo similar.
Sin embargo, Aníbal llega a una casa cualquiera, ¿ajena? No lo sabe, pero se pone frente a la puerta. Al llegar a la puerta, por algún motivo saca sus manos del bolsillo del pantalón con la mirada puesta en la puerta, en la cerradura, en el bronce casi a punto de oxidarse de aquella cerradura que abre la puerta de la casa que tiene en frente. Un sonido adentro de la casa, como chirriante y acompañado de un olor a pollo hervido. Se altera, le gustaría que algún Aníbal sudara al menos ante tanta estupidez. Su mano derecha en el tránsito hacia afuera del bolsillo del pantalón olvidó su propósito, un tal Aníbal se lo recuerda “DIrigite hacia el bolsillo del camperón de cuero, ahí están las llaves que van a abrir la puerta”. La mano recuerda a medias, pero por las dudas opera según las ordenes de éste tal Aníbal. Toma las llaves, y una tras otra intentan girar dentro de la cerradura sin éxito. Un tal Aníbal observa por la ranura de las llaves hacia adentro y ve como un vestido azul que llega hasta la canilla de unas femeninas y descuidadas piernas se acerca. La otra mano, la derecha, se había quedado en el otro bolsillo. Otro tal Aníbal da la orden a la mano estanca, aproximadamente 14 segundos después de que un tal Aníbal había comenzado a pensar que tal vez le gustaría llegar a su casa tranquilo, abrir la puerta con su habitual manojo de llaves y en el orden habitual, para tranquilamente poder dejar su camperón sobre el sillón. Entonces, una mano derecha de un tal Aníbal no hace otra cosa que cumplir las órdenes de un tal Aníbal: se sale del bolsillo del pantalón, se dirige al pecho justo donde se separan los botones del camperón, toma una pistola calibre 22 millones de miles, la acerca a la cerradura y dispara hacia adentro. Un sonido denota que algo se desplomó al piso. Un tal sonido chirriante comienza, un tal vez olor a pollo hervido podría llegar a comenzar aunque aún no se sabe si lo hará.
El camperón de cuero de Aníbal cae sobre el sillón. Justo 23 segundos después de que Anibal había comenzado a pensar que tal vez le gustaría llegar a su casa tranquilo, abrir la puerta con su habitual manojo de llaves y en el orden habitual, para tranquilamente poder dejar su camperón sobre el sillón.

miércoles, 19 de mayo de 2010

La Memoria

Algo en la forma coincide, de a poco la hoja crece siempre como hoja
Se lo cuenta el tronco, el tallo, la raíz, el cielo, la flauta, el que duerme, el que flota.
Algo en la esencia reconoce un pasado, cierto como un brujo es que algo recordamos
Dicho, oído, intuido, derretido y vuelto a realizarse, aquello ahí está para que todo siga siendo como debe.

No podría la hoja contarte a vos, ni siquiera a sus hermanitas más próximas, aquellas otras hojas que vecinas siguen su rumbo al sol, como es que siempre hoja es, hasta que se convierte en otra cosa. Incluso esa otra cosa, procede igual que el resto de las cosas cuando se convierten en el destino propio de cada elemento, la transformación.

La Memoria está ahí, es por eso que tu, vos, el y yo, seguimos creciendo de la misma forma en que aquel primer hombre comenzó a crecer y dio el veredicto. Seguimos el ritmo evolutivo que responde a una memoria universal; Un crecimiento análogo al de las hojas de aquel duraznero que cada otoño las deja caer, para que otras vengan, también a caer.

¿La Memoria de la hoja es igual que la del hombre? “¿A qué Memoria te refieres joven? ¿A la memoria o a La Memoria?”

Por mucho que el búfalo quiera, por más esfuerzo que haga el pasto, con todas las idioteces que haga el ser humano, difícil será olvidar. Está escrito desde el nacimiento del primer hombre, extraña cosa es que neguemos esos recuerdos.

Sueño exótico de un jabalí

Soñé. Soñé que no podía recordar esa potente imagen del hombre pequeño que se ennegrecía mediante me acercaba en la neblina. Soñé que cuanta más fuerza hacía por recordarlo… por recordar a ese pequeño hombrecito ennegrecible de las neblinas, más me dolían los cuernos. También soñé en ese sueño en el que no podía recordar aquella potente imagen, que todas las jirafas me miraban como con saña. A mí, fíjese usted, a mí que nunca le hago mal a las Jirafas. No es que cuando esté despierto sea el más santo de todos los jabalíes… no, no, nada de eso, más bien soy un viril y potente jabalí, pero con las jirafas nunca me he metido. Y ellas ahí, con saña me miraban. Recuerdo al despertar la bronca que sentí, y la bronca mayor aun de no haber podido recordar en mi sueño la imagen del pequeñuelo aquel, ese que se ponía cada vez más negro, y esa neblina que me llama y me llama. No entiendo como no lo podía recordar, tan fácil que me resulta cuando estoy despierto. Aquel recuerdo tan santo, tan puro… tan claro.
Hoy es día soleado, creo que voy a salir a matar algunas jirafas.